diumenge, 20 de desembre del 2009

LAS REVOLUCIONES EUROPEAS DE 1848

Europa en la época revolucionaria de 1848


En una época que fue, de por sí, revolucionaria, 1848 fue un año especialmente significativo. Francia, Italia y Europa Central fueron sacudidas por la insurrección. Pero, contrariamente a lo que entonces se pensó, ésta no obedeció a un plan general, y la falta de coordinación resultó fatal para los revolucionrios.
En toda Europa Occidental los levantamientos de debieron a causas similares. La Revolución industrial había dislocado las formas tradicionales de vida y provocado la aparición del proletario urbano y el ascenso de la burguesía liberal, deseosa de conseguir el poder político. Además de la inestabilidad social y económica, la existencia de gobiernos autocráticos, legado de los acuerdos del Congreso de Viena, agravó la situación y avivó la lucha de los intelectuales por la reforma política. El hambre empezó a hacer estragos después de las malas cosechas de cereales de 1845, 1846 y 1847, y de una plaga de pulgón que devastó las plantaciones de patatas. Una muchedumbre desesperada se lanzó a las calles dispuesta a cualquier cambio que ofreciera esperanzas.
Los centros de las revueltas fueron las grandes ciudades. La Revolución industrial habia empujado a miles de personas a las ciudades, donde les esperaba una vida de miseria y degradación. La segunda crisis de 1848, con el hundimiento de los créditos internacionales, que llevaron a la ruina y al desempleo general, agravó aún más la situación. Por último, una epidemia de cólera sembró el pánico y la ira, y sirvió de catalizador psicológico de la agitación revolucionaria.

Luis Felipe, rey de los franceses


Las primeras revueltas estallaron en Italia. En Francia, el rey Luis Felipe se vio obligado a abdicar en febrero y se proclamó la República. En marzo, la caída del apóstol del orden europeo, el príncipe Metternich, canciller del Imperio de los Habsburgo, elevó la moral de los revolucionarios. Tomados por sorpresa y desbordados por los disturbios, los gobiernos no supieron reaccionar. Su única esperaza era hacer concesiones. Se aprobaron Constituciones liberales y el emperador de los Habsburgo, el Papa y los reyes de Francia y Prusia abandonaron sus capitales.
Simultáneamente, se produjo un resurgimiento del nacionalismo. El Imperio de los Habsburgo, con sus esferas de influencia en Italia y Alemania, parecia condenado. Hungría proclamó su independencia. Los bohemos organizaron un movimiento nacionalista y convocaron un Congreso cuyo objetivo era estudiar un nuevo estatuto para los eslavos dentro del Imperio. En Italia, Giuseppe Mazzini incitó al levantamiento para formar un Estado italiano. Al mismo tiempo, el rey Carlos Alberto de Piamonte envió un ejército a los lombardos para ayudarles a expulsar a los austríacos. Con ello esperaba formar un reino en el norte de Italia. En marzo se habían levanado barricadas en Berlín y en mayo un Parlamento convocado en Frankfurt intentó encontrar la manera de unificar Alemania. Estos movimientos mostraban hasta qué punto se sentia hostilidad por los acuerdos del Congreso de Viena y su ideologia represiva.


Pio IX, Sumo Pontifice


Pese a todo, hacia mediados de 1848 la marea revolucionaria se detuvo. Los primeros éxitos habian sido ilusorios. El Imperio de los Habsburgo siguió su política histórica -divide y gobierna-, aprovechándose de las disensiones entre los revolucionarios. Croatas y rumanos, reacios a la dominación magiar, se levantaron contra el nuevo lider húngaro, Luis Kossuth. En Italia las fuerzas de Carlos Alberto fueron aplastadas por los austríacos en dos campañas. Los católicos dudaron en desobedecer al Papa, que había prohibido toda violencia contra los católicos Habsburgo.
En Alemania, los intelectuales reunidos en la Asamblea Nacional Constituyente de Frankfurt se perdieron en largas discusiones y el movimiento democrático sólo obtuvo prudentes concesiones constitucionales. Donde las reivindicaciones fueron más enérgicas, el ejército prusiano se encargó de restablecer el orden. Las clases medias, cuyo papel había sido decisivo para la revolución, estaban horrorizadas por las fuerzas que había desatado, y al ver cómo la revolución degeneraba en anarquía, recibieron con los brazos abiertos el establecimiento de la ley y el orden. En 1849 el movimiento revolucinario había sido contenido.
Las fuerzas de la reacción parecian haber triunfado. Las masas desorganizadas no tenían nada que hacer frente a los ejércitos profesionales de Austria, Prusia, Rusia y Francia. La tradición de los Habsburgo de acuartelar el ejército en cada provincia con tropas de otras provincias, impidió que los soldados tomaran partido por los revolucionarios. Había pocas esperanzas porque la mayoría de la población (los campesinos) rechazaban la revolución.


Francisco I, emperador de Austria

No obstante, se produjeron algunas mejoras significativas. Se abolió la servidumbre en el Imperio de los Habsburgo, y Piamonte y Prusia mantuvieron sus Constituciones y consiguieron la unificación de Alemania y la de Italia en 1871. Los gobiernos otorgaron mayor importancia al proceso democrático.
Pero los nacionalistas habian aprendido que el idealismo y el entusiasmo populares no eran suficientes. Sus esperanzas sólo podrían verse satisfechas igualando la fuerza militar de sus oponentes. Las revoluciones de 1848 fueron seguidas por un período de cinismo y oportunismo en política y por la utilización sistemática de fuerzas armadas para silenciar las reivindicaciones obreras. La era de "sangre y hierro" de Bismarck había comenzado.


dilluns, 30 de novembre del 2009

LA FÁBRICA DE PORCELANA DE VIENA

Sopera de Meissen, con clara influencia de Viena

Todas las grandes naciones, en un momento o en otro, quisieron tener una fábrica propia de porcelana que reflejara el esplendor de sus reinos e imperios. Ostenta el honor de ser la primera fábrica de porcelana de Europa la de Meissen, en el Electorado de Sajonia (1706).
Austria no sería una excepción, y la Fábrica de Porcelana de Viena fue la segunda, después de la de Meissen, que consiguió hacer porcelana de pasta dura en Europa. Fue fundada en 1718 por Claude de Paquier, un funcionario del gobierno austriaco, aunque de origen holandés, contando con varios colaboradores procedentes de Meissen.
Los principios de la fábrica no fueron buenos y sus resultados económicos nefastos. Pero a pesar de estos inconvenientes Du Paquier siguió con la fábrica, en 1727 consiguió un préstamo del ayuntamiento de Viena que salvó a la empresa de la bancarrota y le permitió seguir en funcionamiento.
Las primeras piezas que salieron de esta fábrica estaban, en cuanto a la forma, claramente inspiradas en Meissen, si bien se les añadía un mayor relieve y la decoración de chinerías se distribuía de una forma más abigarrada. En esa decoración solían aparecer animales pintados en negro y oro, utilizándose este material como un color más.
Pronto, sin embargo, la producción de Viena comenzó a presentar características propias, destacando la originalidad de la decoración conocida como "flores de India", que consistía en unos motivos florales trazados de forma muy naturalista. Ahora sería Meissen la que imitase a Viena copiando este tipo de decoración. También fue un logro de Viena la decoración conocida como "Lau-und-Bandelwerk", consistente en unos motivos barrocos en oro y plata tomados de las decoraciones arquitectónicas de los palacios vieneses.
De todas formas, la fábrica se iba manteniendo gracias a la exportación (sobre todo a Rusia) de grandes servicios de mesa. No obstante los beneficios eran pocos y Du Paquier, en 1744, decidió venderla al estado austriaco, aunque él siguió de director hasta su fallecimiento en 1751. Así, a partir de ahora, las piezas que salían de la fábrica llevarían el escudo de Austria.
También a partir de 1749 la pasta se hace más blanca y de mejor calidad al utilizar una arcilla húngara en vez del clásico caolín de Passau.
La crisis en la fábrica continuaba y por ello se intentó, sin éxito, volver a privatizarla. Por ello, en 1778 Austria nombró director de la misma a Konrad von Sorgenthal, un hombre de negocios sin ninguna noción del arte de la porcelana, pero que logró transformar la vieja fábrica en un próspero negocio.
Durante el período de Soregenthal (178-1804), Viena, adelantándose a la famosa Sèvres francesa, abandonó el estilo rococó por el neoclasicismo, de formas mucho más sencillas. También el químico Joseph Leithener logró crear en 1791 un azul cobalto muy oscuro que, a diferencia del de Sèvres, no hacía aguas. Inventó, igualmente, un tono amarillo anaranjado y el procedimiento para laminar en oro las piezas. Así, pues, la gran diferencia de Viena con otras fábricas europeas fue que los colores eran muy fuertes en comparación con las tonalidades pálidas que se empleaban en el resto de Europa.

Jarrón de flores de cerámica de Meissen

En 1804 se nombra director de la fábrica a Mathias Nierdermayer, el cual introdujo algunas innovaciones, como la decoración de piezas en sepia o la utilización de fondos marrones rojizos. Viena también fue, en esa época, la primera fábrica europea que realizó piezas enteras doradas.
En este momento la decoración recibía la influencia del reino de Nápoles, desarrollando un estilo topográfico que, a diferencia del napolitano, se hacía aquí con fondos amarillos.
Pero a pesar de todas estas innovaciones y novedades, tras Sorgenthal, la Fábrica de Porcelana de Viena había vuelto a entrar en pérdidas. A partir de 1827 la situación económica se hizo insostenible y, aunque para intentar salvarla se volvieron a repetir los modelos de más éxito, al tiempo que en otras piezas se copiaba claramente a Sèvres, en 1864 la factoría tuvo que cerrar definitivamente sus puertas.
El excedente de piezas sin decorar fue liquidado y pintado en talleres caseros, conocidos como "hausmaler".

Entrada al recinto de Palacios Imperiales del Hofburg, en Viena, en cuya decoración se inspiró parte de la cerámica vienesa.


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diumenge, 1 de novembre del 2009

LOS ANTECEDENTES DE LA UNIFICACIÓN ITALIANA

De los grandes países europeos, Italia fue, junto con Alemania, el último que llevó a cabo su unificación política, entre 1859 y 1870. El movimiento que sirvió a estos fines fue denominado "Risorgimento", por analogía con el Renacimiento artístico y cultural del siglo XVI.
A partir de la Alta Edad Media, Italia padeció una serie de dominaciones extranjeras; estuvo bajo la hegemonía del Imperio germánico, de Francia, de la corona catalano-aragonesa, de la monarquía hispana y de Austria.
La Revolución francesa y, más tarde, la incorporación de la península italiana a la Francia jacobina y napoleónica (1799-1815), prepararon el terreno para la unificación. La situación dio a Italia un nuevo orden social y jurídico, derivado de los principios de 1789, que favoreció el control de los asuntos públicos y de la actividad económica por parte de la burguesia liberal, imbuida de la mentalidad de la ilustración. Las masas campesinas siguieron careciendo de conciencia política durante mucho tiempo, pero los habitantes de las ciudades y los viejos militares que habían vivido la epopeya imperial empezaron a aspirar a una comunidad nacional basada en el modelo galo.
El derrumbamiento de la Europa napoleónica pareció poner fin a esa primera experiencia, y, en 1815 (a consecuencia del Congreso de Viena), los antiguos soberanos volvieron a ocupar sus tronos. Triunfaba la reacción y, como afirmaba el principe Metternich (canciller de Austria), la palabra "Italia" no era más que una simple "expresión geográfica", desprovista de cualquier connotación nacional.


Entrada de las tropas francesas en Nápoles el 21 de enero de 1799

Tras la fachada retrógada de la Restauración actuaban diversas fuerzas renovadoras. El mapa político de la península italiana permaneció invariable de 1815 a 1859. Comprendía varios estados independientes, pero muy alineados en el "Sistema Metternich": los Estados Pontificios y los reinos de Cerdeña-Piamonte y Dos Sicilias (Napoles), y más tarde los estados austríacos, posesiones directas de los Habsburgo, como el Reino Lombardo-Véneto o las monarquías satélites del gran ducado de Toscana y los ducados de Parma y Módena.
La primera generación de "patriotas" se reunían en sociedades secretas cuyo ritual y cuyos ideales derivaban de la francmasonería: los guelfi, los federati, los adelfi y, sobre todo, los carbonari, cuyos miembros se agrupaban en secciones llamadas "ventas".
En un clima de exaltación romántica, los adeptos de las sectas soñaban con derrotar al absolutismo encarnado por Austria y crear un estado nacional y democrático, heredero de la Revolución francesa.


María Luisa de Austria, duquesa de Parma

Los nacionalista italianos no poseían una organización coordinada y eficaz. Estrechamente vigilados por la policía, se veían condenados a actuar a través de conspiraciones y sediciones militares que pronto eran sofocadas y encontraban poco eco en el pueblo. Las primeras insurrecciones estallaron en 1817 y 1818 en los Estados Pontificios; la revolución española desencadenó el movimiento de los "ventuno" y así, en Nápoles, el general Guglielmo Pepe obligó al soberano a adoptar la constitución española, pero Fernando I pidió ayuda a Austria y ésta aplastó, en marzo, a los insurrectos, tras el congreso de Laybach. La agitación se extendió al Piamonte, con el acuerdo del heredero al trono, Carlos Alberto de Saboya-Carignano, Victor Manuel I abdicó, pero Carlos Alberto I abandonó la causa liberal y se exilió en Toscana; mientras, el nuevo rey, Carlos Félix I, restauraba el absolutismo con la ayuda de Metternich.
El reino Lombado-Véneto y los ducados eran desde antiguo tierra propicia a las conspiraciones. Maroncelli, Confalonieri, Adryane, Arese y Silvio Pellico, entre otros, fueron encarcelados en las fortalezas austríacas; el libro de Pellico "Le mie prigioni" de 1832, que refería la cautividad del autor en Spielberg, sensibilizó a la Europa liberal en favor de la causa del Risorgimento.


Situación del reino Lombardo-Véneto en la peninsula italiana

La revolución francesa de julio de 1830 suscitó en febrero de 1831 una nueva llamarada de revueltas en la Romaña pontificia y en los ducados de Parma y Módena. Pero la Francia de Luis Felipe, cuyo apoyo esperaban los patriotas, proclamó la no intervención. Los movimientos fueron yugulados por los austríacos que ocuparon Bolonia, mientras los franceses establecieron una guarnición en Ancona para proteger los Estados Pontificios.
A las revoluciones de 1821 y 131 siguieron los éxodos de patriotas proscritos, que partieron rumbo a Francia, Suiza, Bélgica o Gran Bretaña y se persuadieron así de que la regeneración de Italia no podría lograrse a base de conspiraciones aisladas, sino por la adhesión general de todos los estamentos sociales en torno a un proyecto común.

dimecres, 9 de setembre del 2009

RUSIA, EL IMPERIO DE LOS ZARES

El inmenso imperio que habían forjado los zares se extendía a lo largo de miles de kilómetros, desde el centro de Europa hasta el océano Pacífico. Su parte "asiática", Siberia, era casi un desierto despoblado, alejado de las grandes vías de circulación mundiales. La parte restante, es decir, Rusia, sin duda era europea, pero vivía al margen de Europas. Y este imperio tuvo una historia muy particular.
En el momento en que los grandes estados europeos entraron en la vía del capitalismo, caracterizado por un rápido desarrollo industrial, y sus pueblos, liberados de las ataduras feudales, accedieron a la vida política, Rusia seguía siendo un estado absolutista. A comienzos del siglo XIX, en el imperio ruso la voluntad del zar era ley, el pueblo vivía aún en la servidumbre y el lento desarrollo económico, fundado en la actividad agrícola y artesanal salvo la metarlúrgia en los Urales, sólo dejaba aparecer las formas más elementales de un tímido precapitalismo.

Esc udo menor de la Rusia zarista

Pero este retraso en el desarrollo, en comparación con los demás grandes estados europeos, no implicaba debilidad política. El poder zarista se hallabga sólidamente sentado sobre la aristocracia y un poderoso ejército, que desde varios puntos de vista (el reclutameinto, la táctica, etc) estaba más avanzado que los ejércitos de Occidente, en cuyo modelo se habia inspirado originariamente el zar Pedro el Grande. Las tropas rusas había participado en las guerras europeas: habían ocupado Berlín duante la guerra de los Siete Años (1760), habían luchado en Suiza y Lombardía durante las guerras de la Revolución (1799), habían expulsado a las tropas napoleónicas de Moscú en llamas (1812) y habían acampado en París (1814). Gracias a su flota de guerra, Rusia se había convertido también en una potencia marítima capaz de participar victoriosamente en opraciones navales en el Mediterráneo (1799) y de intervenir en el Pacífico (1803-1806). La guerra de liberación de 1812 (contra Napoleón I) y las consecuencias de la victoria confirmaron el poderío ruso y convirtieron al zar, dentro de la Santa Alianza (de la que ya hemos hablado en otras ocasiones), en una especie de árbitro de Europa. La mentalidad política del poder y, en cierto modo, la del pueblo estuvieron marcadas por estas circunstancias durante la primera mitad del siglo XIX, al alimentar el orgullo nacional y un cierto sentimiento de superioridad eslava sobre un Occidente en decadencia.

Máxima extensión territorial del imperio ruso

Estas hazañas militares estaban ligadas a las conquistas de finales del siglo XVIII: por una parte, el afianzamiento del poderío ruso en las orillas del Mar Negro (tratado de Kutchuk-Kainardja, de 1774), que condicionaría de cara al futuro la expansión del Imperio en dirección al Mediterráneo y, sobre todo, al rápido desarrollo de la Rusia meridional; por otra, la ocupación de una gran parte de Polonia (repartos de 1793 y 1795), sometida contra su voluntad al destino del Imperio ruso. Los polacos se subevaron dos veces contra sus opresores rusos (1830-1831 y en 1836); por contra, mediante la colaboración forzosa de una parte de la élite del país contribuyeron notablemente al desarrollo económico de Siberia a partir de 1863.
Las guerras napoleónicas reforzaron la autoridad de la aristocracia militar frente al poder. Aunque una parte minoritaria de la nobleza había recibido el influjo de la ilustración y los principios de las revoluciones francesa y americana, la aristocracia en general había sufrido el autoritarimso de Pedro I. Su sucesor, Alejandro I (1801-1825), contrariado en sus ambiciones por el tratado de Tilsitt (1807) y enfrentado a una sorda oposición a su política de alianza con Francia, trató de recuperar el favor de la opinión mediante algunas medidas de perfeccionamiento de las instituciones administrativas: plan de reforma del estado elaborado por un funcionario del ministerio del interior, Speranski, en 1808-1809. eran veleidades de liberalismo, conformes sn duda con los sueños de un soberano de personalidad contradictoria, pero no tuvieron continuidad. Los acontecimientos de 1811-1812, la "guerra patriótica" contra los franceses, darían otra orientación a la política imperial.

Alejandro I, zar de Rusia

La victoria de Alejandro sobre Napoleón, al consolidar el poder zarista, inauguró un largo período de inmovilismo, al menos aparente. A Rusia se le planteaban problemas derivados de su retraso, principalmente en las relaciones entre el soberano y el pueblo, y más concretamente entre el estado y una sociedad dividida en órdenes; la servidumbre era cada vez más discutida, pero más desde el punto de vista de su eficacia económica que desde un enfoque moral. todo ello requeria una solución y genral, solución admitida medio siglo más tarde, en 1861, cuando el poder se vio debilitado por las derrotas de la guerra de Crimea y obligado a hacer concesiones.
A partir de 1812, el reinado de Alejandro I se caracterizó por los disturbios campesinos, cuyo aumento despertaba el recuerdo del levantamiento de Pugacëv (1774), que había hecho tambalear el trono de Catalina II la grande; no obstante, carecia de fuerza frente a un régimen inflexible, dirigido férreamente por Arakceev. En cuanto a las conspiraciones fomentadas por una minoría de nobles agrupados en dos asociaciones clandestinas, la Sociedad del Norte y la Sociedad de Sur, los objetivos de oposición al poder dividían a los conjurados, puesto que unos reivindicaban la emancipación social y la supresión de la servidumbre, hy los otros, simplemente la libertad política, garantizada por una constitución. La inesperada muerte de Alejandro desencadenó el levantamiento militar llamado de los decembristaqs o decabristas (1825), sin base popular, que fue duramente reprimido por el sucesor de Alejandro I, Nicolás I.


Cuadro que escenifica la retirada de Moscú por Napoleón I

diumenge, 30 d’agost del 2009

EL FIN DE UNA ÉPOCA



El veterano de la I Guerra Mundial Henry Allingham

Durante el pasado mes de julio, tal y como publicó La Vanguardia, la noticia de la muerte de dos antiguos combatientes de la I Guerra Mundial, ambos británicos, vuelven a cerrar una parte de la historia del siglo XX, ya que quedan supervivientes de esa contienda.
A petición de Xavier P.E., quiero dejar constancia en este blog de este acontecimiento y acercarnos un poco a la vida de estas dos personas (la noticia completa aparece publicada en La Vanguardia del 19 y del 26 de julio).
Henry Allingham (1896-2009), falleció el 18 de julio de 2009, además de ser un antiguo combatiente británico en la I Gran Guerra ostentó el titulo del hombre más viejo del mundo a sus 113 años. Nació el 6 de junio de 1896, a finales del siglo XIX y con tan sólo 15 años (algo habitual en esa época entre las clases no privilegiadas), empezó a trabajar en una fábrica de Londres. Con el estallido de la Guerra Mundial, se dedicó a la reparación de camiones militares. Poco tiempo después, y tras morir su madre se alistó en el ejército con 19 años, quedando fascinado, desde el primer momento, por el mundo (relativamente nuevo) de los aviones. Pronto entró al servicio de la Royal Air Force (la RAF). Hay que tener en cuenta que ser piloto de avión en esos primeros tiempos de la aviación era una tarea de alto riesgo, ya que los aparatos eran muy rudimentarios y con muy escaso margen de maniobra.
Durante la II Guerra Mundial participó en varios proyectos en la defensa de Gran Bretaña, aunque no en el frente por su edad, siendo los más importantes los de neutralización de las minas alemanas.
Finalizada la guerra y sobre todo en los últimos años de su larga vida, se dedicó a concienciar a los más jóvenes sobre el significado de la guerra y a mostrar respeto por los soldados, y a recordar al mundo entero los millones de ellos que murieron durante la contienda.
Significativa fue una de las frases de Allingham pronunciadas pocos días antes de su fallecimiento: "Es el fin de una era, de una generación especial y única...", ya que veía como iban muriendo todos los veteranos de guerra de los distintos países: franceses, norteamericanos, austro-húngaros....



Harry Pach, soldado raso británico


Pocos días después del fallecimiento de Allingham, aparecía la noticia de la muerte de otro veterano de la I Guerra Mundial, la de Harry Pach ( 1898-2009), también británico. Fallecia a los 111 años de edad el 25 de julio de 2009. Pach nació el 17 de junio de 1898 y, al igual que Allingham, también dejo la escuela a los 15 años y empezó a trabajar como aprendiz de fontanero. A los 18 años fue llamado a filas e ingresó en la Infantería Ligera del Duque de Cornualles, marchando al campo de batalle en mayo de 1917. Combatió en la batalla de Passchen Daele, en Ypres (Bégica), donde hubo un gran número de bajas entre las fuerzas británicas. El 22 de septiembre de 1917 fue herido por un proyectil alemán y aquí acabó su aventura bélica, ya que no llego a incorporarse de nuevo al ejército, pasando el resto de la guerra en un hospital de la isla de Whigh (en 1918 finalizaba la I Guerra Mundial con la derrota de los imperios centrales). No llegó a participar en la II Guerra Mundial debido a su edad, aunque si fue voluntario civil, ayudando a sofocar los incendios que los bombardeos alemanes causaban en Londres.
Ambos soldados recibieron honores en sus funerales e incluso, en el entierro de Pach, acudió la reina Isabel II.

dijous, 9 de juliol del 2009

ALEMANIA Y KAKANIA TRAS EL CONGRESO DE VIENA DE 1814-1815


Escudo del Imperio Austro-Húngaro


Una de las consecuencias directas de las decisiones del citado congreso y que seria decisivo para una futura Alemania fue el hecho de que Prusia perdiera sus anteriores posesiones polacas y ganase unos territorios que actualmente son la Renania del Norte y Westfalia. De este modo Prusia se germanizó y se abrió a Occidente, más tarde lograría lo que en un futuro sería el área industrial alemana y logro conectar Alemania occidental y Alemania oriental.
También, tal y como se ha dicho en otros posts, la Confederación Alemana fue la sucesora del Sacro Imperio Romano-Germánico y fue fundada en la ciudad alemana de Francfort, ya que era en esta ciudad donde se elegían a los monarcas alemanes en la antigüedad. Esta Confederación estaba formada por treinta y nueve estados independientes, algunos de los cuales, como Baviera, Baden y Württemberg, se correspondían ya prácticamente con los estados federales de la actualidad, aunque la Baja Sajonia actual se llamaba Principado de Hannover, la Renania del Norte/Westfalia era prusiana y Essen estaba dividido en el Principado de Essen y el Gran Ducado de Essen. También estaban en dicha Confederación el Principado de Waldeck y el Ducado de Brunswick, ambos estados independientes. Los territorios austriacos, incluida la actual República Checa (Bohemia), también pertenecían a la Confederación Alemana. Pero tanto Prusia como Austria poseían inmensos territorios situados fuera de la Confederación Germánica. Prusia tenía en su poder Prusia occidental y Prusia oriental, así como la provincia polaca de Posen. Austria, por su parte, no hacía honor a su nombre ("Österreich": Imperio Oriental), pues al inicio de la época del nacionalismo y la democracia, era propiamente un ente imposible: se la llamaba indistintamente Austria-Hungría, La Monarquía de los Habsburgo, la Doble monarquía, la Monarquía del Danubio, o, como la llama Musil en su novela "El hombre sin cualidades", KAKANIA (de "K y K": Kaiserlich-Königlich, o lo que es lo mismo: imperial-real). Además de los territorios alemanes y bohemios/Checos, Austria poseía lo que hoy en día es Hungría, Eslovaquia, el sur de Polonia, Eslovenia, Croacia, el noroeste de Rumania (Transilvania), Bukovina, el sur de Tirol y luego también Bosnia.
Austria dio la independencia a Bélgica, la cual se uniría a Holanda (con el fin de crear un estado más fuerte ante una eventual agresión francesa), aunque ambas naciones finalmente se enemistarían entre ellas y Bélgica volvería a independizarse en 1830. Las otras potencias europeas garantizaron la neutralidad belga, aunque sería violada por el imperio alemán en la I Guerra Mundial.


Bandera de Austria-Hungría

No hay que olvidar que para Austria-Hungría los movimientos nacionalistas, incluidos los de los estados alemanes, eran puro veneno porque amenazaban su propia existencia. Por ese motivo hasta el año 1848, año en que se produjeron las revoluciones del 48, el astuto Canciller austríaco Metternich se dedicó de lleno a ahogar todos los movimientos nacionalistas y democráticos que se produjeron en el seno de la Confederación Germánica. Debemos recordar, por los anteriores posts, que Alemania sólo podía alcanzar su unidad nacional incorporando a Austria o echándola. Conviene recordar que a estas dos soluciones se las llamó, respectivamente, "gran Alemania", a la posición de Austria de crear un gran estado alemán que incluyera a todos los estados alemanes y a Austria y a su imperio, y "pequeña Alemania", tesis defendida por Prusia que excluía a Austria de Alemania.

La Santa Alianza (creada por las potencias vencedoras tras derrotar al emperador Napoleón I), y con especial hincapié Austria, seguía obstaculizando la unidad nacional de Alemania, y de esta manera el nacionalismo alemán fue adquiriendo, de forma paulatina, un talante frustrado, lleno de resentimiento y malicioso. Tras el fracaso de la revolución liberal de 1848, en la que nacionalismo y democracia todavía se fortalecían mutuamente, quedó preparado el terreno para la separación del nacionalismo alemán de la tradición democrática. Tengamos presente que esta separación ocurrió tan sólo en Alemania, ya que para los ingleses y los franceses, el Estado nacional y la democracia serán una misma cosa, y su propio nacionalismo creará las bases para desarrollar su democracia.

dissabte, 20 de juny del 2009

"LA CUESTIÓN DE ORIENTE" EN EL SIGLO XIX.

Sin duda alguna la denominada "Cuestión de Oriente", es una de las más conflictivas en la política europea del siglo XIX, cuestión provocada por el renacimiento de los movimientos nacionalistas y, de forma especial, en los Balcanes. Todo este fenómeno fue propiciado por el gradual debilitamiento del antaño poderoso imperio otomano, por las nada disimuladas ambiciones imperialistas de Rusia, la cual, a la vez que favorecía el movimiento paneslavista en la Europa Central, reprimía ferozmente el movimiento patriótico polaco, y por la orientación más marcada de la política del imperio austríaco hacía el este de Europa a medida que el Sacro Imperio escapaba a su tutela. No hay que olvidar la sempiterna aspiración de los húngaros a su emancipación y su pretención de dominar sobre las otras etnias de su territorio histórico, ni se nos pueden escapar los intereses diplomáticos de Francia y Gran Bretaña, a menudo antagónicos, para ver claramente lo complicado de la situación


El imperio otomano y los nuevos estados surgidos de su disgregación

De entre todas las nacionalidades integradas en el imperio otomano, los serbios (bajo la dominación otomana desde 1389) fueron los primeros en levantarse contra la Sublime Puerta , la cual respondió con una implacable represión que conllevó a una revuelta generalizada al mando de Karagiorje en 1804, el cual contó con el apoyo ruso. Esta rebelión no fue sofocada hasta 1813, aunque renació con más ímpetu bajo la conducción de Milos Obrenovic, el cual consiguió el inesperado apoyo de Austria. Obrenovic logró arrebatar al sultán una amplia autonomía para Serbia así como la participación en la administración de justicia, el mantenimiento de una milicia y la convocatoria de una Asamblea Nacional, aunque Serbia seguía siendo una provincia otomana.

Rusia y Gran Bretaña apoyaron la insurrección helénica, más tardía que la Serbia, pero mucho más radical e inspirada en la revolución francesa, logro ser un modelo para el romanticismo europeo. El imperio otomano aún era poseedor de un importante poderío militar y así lo demostró contra los griegos, siendo necesaria la victoria naval anglofrancesa en Navarino y estando el ejercito ruso a las puertas de Istambul para lograr convencer al Sultán de otorgar y reconocer la autonomía griega en 1829.

Esta victoria helénica tuvo una repercusión inmediata en Rumanía, donde los principados de Valaquia y Moldavia obtuvieron simultáneamente la autonomía, mientras que el ejemplo de los serbios hizo aumentar la efervescencia patriótica entre los montenegrinos y los búlgaros; Montenegro fue conquistado por los turcos en 1499, pero una gran parte de sus inaccesibles montañas nunca fue sometida y desde allí los rebeldes montenegrinos atacaban las ciudades dominadas por los turcos. Desde este momento, los días de la dominación otomana en los Balcanes estaban contados.


Creación de los nuevos estados en los Balcanes: Grecia, Serbia, Montenegro, Rumania, Bulgaria y Albania

Este renacimiento de las nacionalidades no sacudió solamente al imperio otomano. El imperio de los Habsburgo hubiera podido muy bien, alejándose de sus intereses en Alemania, crear las bases de una federación multinacional danubiana, embrión de un imperio renovado: pero el conservadurismo de Metternich (como hemos visto en anteriores posts) malogró esta oportunidad histórica. Los checos (Bohemia) iniciaron su resurgimiento nacional; las minorías rumanas de Transilvania comenzaron a agitarse; los italianos de Milán y de Venecia no se resignaron a la dominación germánica de Austria, lo mismo que los polacos de Galitzia; también los croatas y los eslovenos empezaron a soñar con un estado eslavo independiente y en una posible unión con los serbios, a pesar de sus diferencias de religión y cultura.
En el seno de este movimiento centrifugo, el creciente nacionalismo húngaro tuvo efectos contradictorios. Los magiares querían también acabar con la germanización, pero sin renunciar a dominar las etnias vecinas. Éstas veían en ellos, por ser los más próximos, a sus más peligrosos enemigos. Esto explica que las tropas croatas combatieran al lado de los austríacos contra la revolución húngara de 1849, y también que la transformación del viejo imperio en la monarquía dual de Austria-Hungría, ocurrida tardíamente en 1867, no pudiera impedir que se precipitara la disgregación del imperio de los Habsburgo.


Europa en el año 1850


Rusia vio en los movimientos nacionalista un instrumento para sus propias ambiciones sobre la Sublime Puerta la posibilidad de conseguir el acceso de su armada a aguas libres de hielo todo el año. Mientras tanto, Austria, empujada por Prusia fuera de Alemania desde 1815, desarrolló un renovado papel en los Balcanes. Debido a su desconfianza del nacionalismo de los eslavos balcánicos, se convirtió en protectora del imperio otomano. Como respuesta, Rusia aumentó su apoyo a los enemigos de Austria y de los otomanos. Estos, a su vez, gozaban de la protección del principal enemigo de Rusia, Gran Bretaña, a la cual se sumó Francia a principios de 1850.
Después de una disputa sobre los Santos Lugares de Palestina, el 21 de junio de 1853 Rusia ocupó los principados de Valaquia y de Moldavia como "garantía material" de concesiones a sus "justas exigencias" en Palestina. El 4 de octubre de ese mismo año el imperio otomano declaró la guerra a Rusia, como lo hicieron más tarde Gran Bretaña y Francia, que creyeron que la integridad del imperio otomano estaba en juego. Austria permaneció neutral, perjudicando de ese modo a Rusia. Las fuerza rusas sufrieron un gran desgaste en Crimea hasta la muerte del zar Nicolás I en febrero de 1855 y su sucesor, Alejandro II, negoció la paz.
El resultado de esta guerra de Crimea frenó las ambiciones de Rusia sobre los Balcanes y puso fin al dominio ruso en el sudeste europeo. El tratado de París de 1856 abrió el Danubio a la navegación internacional y aseguró la neutralidad del Mar Negro. La integridad territorial del imperio otomano y su independencia quedaron garantizadas, asi como las libertades serbias. La elección del boyardo moldavo Alejandro Juan Cuza (1820-1873) en 1859 como principe de Moldavia y de Valaquia preparó la unificación de ambos principados en Rumania, cuya independencia formal fue alcanzada en 1878. Sin embargo, el imperio otomano continuó su decadencia hasta 1914.


Abdülmecit I, sultán otomano de 1839 a 1861

diumenge, 31 de maig del 2009

ALEMANIA DESDE LA REVOLUCIÓN FRANCESA


Federico Guillermo III, rey de Prusia y elector de Brandemburgo


Creo interesante realizar, a breves trazos, un comentario sobre la evolución que sufrió Alemania a partir de 1789, año de la revolución francesa, y que cambiarían el mapa y la historia de Europa, influyendo en el futuro de la monarquía austríaca.
Empezaremos diciendo que una fracción importante de la inteligencia alemana acogió favorablemente la Revolución de 1789, aunque fue alejándose de la misma al comprobar que giraba hacía un carácter terrorista y expansionista. Si bien es cierto que los ejércitos franceses fueron aclamados por un pequeño número de intelectuales (como en Maguncia), la opinión pública se mostró bastante pasiva ante las guerras dinásticas contra la Francia revolucionaria. Finalmente todas estas guerras conllevaron a la anexión por Francia de la orilla izquierda del río Rin, anexión que tuvieron que reconocer tanto Prusia (Tratado de Basilea de 1795) como el imperio austríaco (Tratado de Lunéville de 1801), pasando a manos francesas territorios históricos del sacro imperio. Pero no acabó aquí la cosa, en la dieta de Ratisbona (1802) se simplificó el mapa político de Alemania, siempre en beneficio de los "clientes" alemanes de Francia, eliminando principados y anexandolos a otros estados. Finalmente, como ya hemos indicado en otras ocasiones, se llegó a la desaparición del Sacro Imperio romano-germánico en 1805, y se creó la confederación del Rin, cuyo jefes de estado (los reyes de Baviera y Wurtembureg, el gran duque de Baden, etc...) estaban unidos por matrimonio a la dinastía napoleónica y buscaron, al igual que en Francia, una modernización de las instituciones y de la sociedad, mimetizandose con las reformas francesas pero siempre bajo el espíritu del despotismo ilustrado.

De todas formas, la obra napoleónica sólo tuvo una existencia efímera, ya que en el conjunto de países conquistados o amenazados de serlo, explotó una viva reacción patriótica, la cual se apoyó en la resurrección del pensamiento nacional y en el romanticismo, el cual oponía el igualitarismo abstracto de los franceses al valor de la historia, a la comparación del estado a un organismo vivo y al respeto de las jerarquías sociales.

Pero la orientación que tomó todo este movimiento de liberación fue lo que inquietó, cuando cayó Napoleón, a los partidarios del Antiguo Régimen.



Maximiliano I, elector y primer rey de Baviera


De esta manera y preocupado ente todo de restablecer en Alemania el dominio de Austria, en el congreso de Viena de 1815 el canciller austríaco Metternich se erigió en defensor de la reorganización de Alemania bajo la forma de na confederación de 38 estados, con un solo organismo común, una dieta formada por los delegados de los respectivos gobiernos y presidida por Austria, en la que, finalmente, sería necesaria la unanimidad para todas las grandes decisiones. En el pensamiento de Metternich, para quien el equilibrio entre los estados y en el interior de éstos constituía el eje de su "sistema", era importante preservar a Alemania (y a Italia, donde los Habsburgo tenían intereses) de toda evolución hacia las ideas unitarias y constitucionales; por ello era necesario que los soberanos, reunidos periódicamente en asamblea, crearan una policía internacional contra la revolución, que actuara como un mitológica hidra dispuesta a engullirlo todo a su paso. En este afán de preservar el orden monárquico (y con ello la existencia de la misma Austria) y la jerarquía aristocrática, lo que sólo podía garantizarse mediante un estrecho entendimiento entre Austria y Prusia, Metternich podía apoyarse en la necesidad de paz tras las guerras napoleónicas y en la orientación conservadora de la sociedad influida por los efectos del romanticismo así como con el despertar religioso de los pueblos (tanto católicos como protestante).



Príncipe de Metternich, canciller de Austria


De este modo, y bajo la influencia de Metternich, la obra reformadora en Prusia (iniciada durante la etapa napoleónica) quedo totalmente detenida. Pero en toda Alemania ya empezaban a trabajar una fuerzas progresistas a menudo de forma exaltada, como el caso de la Burschenschaft (organización patriótica estudiantil alemana), las cuales chocaron repetidamente con la brutal represión policíaca y la censura establecidas por Metternich. No obstante, y aprovechando el hecho de que los soberanos de la Alemania de sur habían dado su conformidad a unas constituciones para unificar bajo idénticas leyes territorios hasta entonces dispares, un cierto número de burgueses liberales se aferraron a estas nuevas instituciones para orientarlas en favor del constitucionalismo, ya fuera según el patrón francés o el patrón de autogobierno británico, y aunque se corrió el riesgo del radicalismo de dichas posturas los medios de represión de los soberanos lo impidieron.


Fracisco I emperador de Austria y último emperador del Sacro Imperio

divendres, 1 de maig del 2009

LA GUERRA AUSTRO-PRUSIANA. EL DESENLACE FINAL

Cuadro sobre la batalla de Sadowa

¿Qué decisión tomará Napoleón III?. Francia estaba dividida en esta guerra: el emperador Napoleón era favorable a Prusia y, en cambio, la emperatriz Eugenia apoyaba incondicionalmente a la católica Austria por el miedo que le despertó el enorme potencial bélico prusiano en la batalla de Sadowa y el temor a una posible invasión de Francia en cualquier momento, "cualquier noche nos acostamos franceses y nos levantamos prusianos" dirá Eugenia, aunque no logrará convencer ni al gobierno francés ni a su marido, ya que este último teme cualquier enfrentamiento con el ejercito prusiano.
El 2 de julio, la víspera de la batalla de Sadowa, Francisco José de Austria pedirá a Napoleón III que obtenga el armisticio en Italia y firme el tratado de cesión de Venecia para que, de este modo, Francia ocupe el territorio veneciano y Austria se vea libre de posibles trampas de los italianos si son ellos los que ocupan Venecia. El emperador austríaco es de la opinión que es mejor ceder Venecia a perder territorios alemanes.

Austria (rojo) y sus aliados (rosa) Prusia (azul marino) y sus aliados (azul celeste)
En verde los estados neutrales

Austria (rojo) sus aliados (rosa). Prusia (azul oscuro) y sus adquisiciones territoriales (azul celeste) tras la guerra


Napoleón III declarará: "Hemos ganado Venecia para otros y, en cambio, hemos perdido Renania", y a ello el conde Fleury replicará : "No hemos perdido absolutamente nada, sire; por el contrario, es ahora o nunca cuando tenemos la oportunidad de reconstruir el mapa de Europa".

Así, pues, el emperador francés tendrá que decidir entre ceder a la "encantadora" diplomacia de Guillermo I y a una paz inmediata, que podría llevar a una guerra inminente entre Francia y Alemania; o bien aliarse con Austria para frenar las ambiciones prusianas e italianas, con el peligro de entrar en guerra con ambas naciones. Para evitar problemas, Napoleón negociará en detrimento de Austria, con lo cual va a ayudar a la creación de una gran Prusia. Comunicará al embajador austríaco en París su postura y recomendará a Austria el que acepte el armisticio que pueda ofrecerle Prusia.

Eugenia, emperatriz de los franceses

Para la firma del armisticio Prusia exigirá la aceptación de unos preliminares de Paz, en los cuales será condición sine qua non la salida de Austria de la Confederación Germánica, porque, para Prusia, el resto carecerá de toda importancia. El resto de lo preliminares, básicamente, serán los siguientes:
-Se respetará la integridad territorial del imperio austríaco, salvo Venecia que ya que sido cedida.
-El pago de una indemnización de 20 millones de florines por parte de Austria a Prusia.

Francia, con el apoyo de Bismarck, va a ayudar a que se cumplan estas condiciones y a convencer al rey prusiano Guillermo I a que renuncie a Bohemia (ya que quería anexarla a Prusia). Bismarck hará ver a su soberano la conveniencia de respetar la integridad territorial de Austria ya que en un futuro puede ser una valiosa aliada.


Kaiserin Elisabeth de Austria

Recapitulando, hemos de decir que tras la derrota en Sadowa el ambiente en Viena estaba muy enrarecido. Cada día llegan a la capital imperial miles de heridos en la guerra, a los cuales consolará la emperatriz Elisabeth, ganandose las simpatías de sus súbditos. En cambio el emperador Francisco José se ha hecho muy impopular, ya que la opinión pública lo acusa como el culpable de los desastres de la guerra.
En Viena empieza a cundir el pánico ante una inminente ocupación prusiana de la ciudad. La familia imperial (con la excepción de la madre del emperador, la archiduquesa Sofia) y el gobierno se trasladan a Budapest el 9 de julio. También huyen de la ciudad las clases acomodadas.
Es tal la situación en el imperio que ante el temor de una insurrección húngara, la emperatriz Elisabeth sugiere a Francisco José que nombre al húngaro Andrássy ministro de Asuntos Exteriores para, así, lograr el apoyo de los liberales húngaros, pero el emperador no lo hará por miedo a un posible régimen constitucional.

Imagen de las tropas prusianas ante Sadowa

Finalmente Francisco José cayó en la trampa tendida por Bismarck y concertó una paz aceptable tras la simple derrota de Sadowa. La realidad era que el ejercito prusiano estaba diezmado por una epidemia de cólera y además, económicamente, Prusia no era capaz de financiar una guerra larga a la vez que militarmente no había nada realmente decidido, tan sólo una importante batalla pérdida por Austria. Así pues, de esta manera, Francisco José selló el destino de los Habsburgo, dejando de ser los árbitros de Alemania, y a partir de ahora la monarquía no tendría otro espacio que administrar que el situado entre Alemania y Rusia, es decir, sus propios estados.

El rey de Sajonia Juan I

El 27 de julio se ratificó la convención del armisticio, el cual entró en vigor el 2 de agosto. Con la firma del mismo, Prusia recibirá:

-20 millones de florines
-Se anexionará Hannover, Hesse-Kassel, Frankfourt, Schleswig y Holstein.
-Organizará una Confederación de estados de Alemania del norte
-Y logrará que Austria quede definitivamente excluida de Alemania-

De todas manera, y como una cuestión de honor por la ayuda recibida, Austria exigirá para la firma del armisticio que Prusia no se anexione el reino de Sajonia, condición que finalmente será aceptada por Prusia.

De esta manera los Habsburgo se verán expulsados tanto de Italia como de Alemania, cuna de su verdadera casa y su verdadera razón de ser.

dimecres, 1 d’abril del 2009

LA GUERRA AUSTRO-PRUSIANA

"Tempus Fugit" obra de Mila F. que quiere reflejar el fin de una época


Tras el post "Vientos de Guerra", en el que expliqué las causas inmediatas de la denominada Guerra de las Siete Semanas, analizaremos como se desarrolló la guerra.
El imperio austríaco, poco antes de la guerra, cree que no lo tiene todo perdido: al lograr el acuerdo secreto con Francia, el frente italiano quedará en un segundo plano, aunque tendrá que mantener parte del ejercito en el sur de los Alpes en lugar de estar disponibles para la lucha con Prusia.
Las tropas de ambos combatientes estaban bastante igualadas, el ejercito de Austria contaba con unos 528.000 hombres (en el año 1866), de los cuales unos 460.000 ya estaban listos para entrar en combate inmediatamente; aunque Austria no podía disponer de todos ellos para la guerra, ya que tenía que mantener un importante contingente de tropas para mantener las plazas fuertes del imperio limítrofes con Italia y Alemania, además no podía dejar ni la ciudad imperial de Viena ni Budapest (y con ella a toda Hungría) sin fuerzas para defenderlas. Debido a ello, el cuerpo de batalla austríaco era de apenas 300.000 hombres, que se repartían en 10 cuerpos de ejército y 5 divisiones de caballería. Además el imperio tendrá que dividir estas tropas en dos frentes:

-Uno al norte, de unos 238.000 hombres, dirigidos por el general Benedek.
-Otro al sur, de unos 74.000 hombres, dirigidos por el archiduque Alberto.

Por su parte, Prusia disponía de unos 320.000 hombres, de los cuales 30.000 eran de caballería, repartidos en 4 ejércitos y una reserva estratégica dispuesta a entrar en combate en cualquier momento.

De todas maneras, las fuerzas en el norte no son desproporcionadas, ya que Austria podrá sumar a su ejército las tropas de la Confederación que se han aliado con ella (las de Hannover, Hesse, Baviera, Sajonia, etc.). Pero, claro esta, el número de soldados no lo es todo, ya que el ejército imperial austríaco no había adaptado las nuevas innovaciones técnicas en su material bélico, y ello debido tanto a una falta de recursos dinerarios casi congénita y a la ceguera de sus tradicionalistas mandos militares. En cambio Prusia había modernizado todo su ejército, logrando que esta fuera una eficaz máquina de guerra.
A esta diferencia que inclinaba la balanza a favor de Prusia, había que añadir el entrenamiento de las tropas: los prusianos hacían ejercicios de tiro con 5 veces más cartuchos que los austríacos (con lo cual su puntería era mejor), además de participar asiduamente en maniobras militares de entrenamiento. En cambio en Austria se contentaban con realizar vistosos desfiles y simples ejercicios de regimiento. A pesar de todo esto, la artillería austríaca era mucho más moderna que la prusiana y con un alcance de destrucción mucho mayor. Pero lo más lamentable es que el estado mayor austríaco seguía pensando que las victorias sólo se logran mediante arriesgados ataques de bayoneta, y de este modo mientras Prusia dotará a su ejército con fusiles de carga por la culata, en el ejército de Austria seguirán usando el fusil de carga por la boca, y debido a ello las bajas imperiales serán muy numerosas debido a la rapidez de disparo de los fusiles prusianos.

La dirección de los ejércitos volverá a ser otro fallo de Austria, porque de los 208 generales con los que cuenta el imperio, sólo 2 son unos verdaderos comandantes eficaces: el general Benedek y el archiduque Alberto. Y el gobierno, junto al alto mando austríaco, volverán a decidir mal: el archiduque Alberto propone un plan ofensivo audaz que le llevaría a Berlín con el apoyo de los sajones, pero al ser un Habsburgo no querrán que asuma una posible derrota que podría perjudicar la imagen de la dinastía, así que decidirán enviarlo al frente del sur a luchar contra los italianos. En cambio Benedek, que conoce perfectamente el terreno en el norte de Italia, será enviado al norte, en el frente alemán.

Víctor Manuel II, primer rey de la Italia unificada

Será una guerra distinta a las demás, que se desarrollará en cuatro frentes: tres terrestres y un frente marítimo. El frente marítimo será en el mar Adriático, donde se enfrentarán las marinas del joven reino de Italia y las fuerzas de la milenaria dinastía Habsburgo. La modesta marina imperial austríaca será mucho más eficaz que la italiana. Los tres escenarios terrestres serán: Alemania, Venecia y Bohemia, y en esta última se decidirá la guerra.

Todo esta preparado y el engranaje militar de todas las potencias en marcha. El cuarto ejército prusiano tendrá la misión de neutralizar a las tropas de la Confederación Germánica, aliadas de Austria. De este modo el general prusiano Von Falkenstein invadirá el reino de Hannover el 15 de junio, corriendo la misma suerte, poco más tarde, Hesse; en la batalla de Bad Rissinger los prusianos derrotarán a las tropas bávaras y tan sólo quedarán en escena Austria y las tropas sajonas.

Los italianos no tendrán la misma suerte que los prusianos. El ejército italiano, comandado por el general La Marmora, es derrotado en Custozza por el archiduque Alberto, con lo cual la moral de las tropas austríacas aumentará; aunque lo lamentable de toda esta situación es que dichas tropas, incluido el archiduque, no saben que, debido al pacto secreto entre Francisco José I y Napoleón III, Venecia está pérdida de antemano y (siempre bajo las teorías del emperador austríaco) se debe luchar sólo por defender el honor.
Los italianos volverán a ser derrotados en la batalla naval de Lisa, el 20 de julio, a pesar de la inferioridad naval austríaca, pero con unos mandos experimentados y excelentes frente a una clara inoperancia militar italiana. De este modo, Italia es expulsada de la guerra.

Será en este momento cuando los prusianos decidirán volcar toda su fuerza en Bohemia y atacar Sadowa, donde se encuentran los tres cuerpos del ejército austríaco y el ejército sajón que se había refugiado en Sadowa tras la invasión del reino de Sajonia por los austríacos (por defender a Austria, Sajonia había quedado indefensa y había sido ocupada por los prusianos). Los prusianos, gracias a unas tácticas militares superiores y gracias también a la poca previsión militar del general Benedek, derrotarán a las tropas austro-sajonas. De este modo, en Sadowa, el tres de julio se ha perdido una importante batalla, pero ¿ha perdido la guerra el emperador Francisco José?. Hay que tener en cuenta que los prusianos están tan sólo a 3 semanas de Viena, aunque en caso necesario se puede trasladar la capital a Budapest y seguir la lucha en Hungria. Pero, a estas alturas, la guerra depende más de lo que piense Francisco José y de la opinión de Viena y Budapest y, sobre todo, de lo que decida Napoleón III que, al menos durante unos pocos días, será quien tenga el destino de Europa en sus manos.

Cuadro "Batalla Naval de Lissa" de Carl Frederik Sorensen

diumenge, 1 de març del 2009

EL ÚLTIMO SOBERANO HABSBURGO (2)


Carlos, Zita y el principe heredero Otto

Al nuevo emperador, los comienzos de 1917 le parecieron óptimos para intentar negociar con Francia unas condiciones de paz. En abril de este mismo año intentó desbloquear la conferencia austro-alemana de Kreuznach, estando dispuesto a ceder Galitzia a una futura nación polaca y, por el bien de la paz, Alemania debería restituir a Francia Alsacia y Lorena, pero, como era de preveer, el gobierno germano se negó en rotundo.
Tras este fracaso, Carlos I confió una misión secreta a su cuñado, el príncipe Sixto de Borbón-Parma. Sixto, usando como pretexto el visitar a su madre en Suiza, hizo de correo entre París y Viena. En una de estas cartas, el emperador se comprometía a apoyar "las justas reivindicaciones francesas" en relación a Alsacia y Lorena. Gran Bretaña se mostró favorable a estas negociaciones, pero fracasaron por culpa de la posición de Italia. Tampoco contó con el apoyo del conde Czernin, que acabó enterándose de estas negociaciones, y que era contrario a firmar una paz por separado.
Carlos no se rendirá en su afán de devolver la paz a sus pueblos, e intentará entablar nuevas conversaciones de paz por mediación de Alfonso XIII, rey de España, del Sumo Pontífice Benedicto XV y de la reina Isabel de Bélgica (de ascendencia alemana). Pero todo fue en vano para el emperador, ya que la nueva clase política francesa había cambiado y deseaban aniquilar a Austria y a su imperio, tan sólo los militares franceses deseaban una paz con Austria-Hungría, pero ellos no podrán decidir, sólo deberán defender la república. Además Carlos deseaba la paz , pero no a costa de abandonar a su aliado, el imperio alemán, ya que no lo consideraba ni honroso ni ético; por ello Austria-Hungría deberá compartir la suerte de Alemania de ahora en adelante, para bien o para mal.


Carlos IV de Hungría, paseando por Budapest tras su coronación


A finales del año 1918 la derrota de los imperios centrales era inminente, por ello, y con el objetivo de intentar detener la fuerza centrifuga de las nacionalidades de su imperio, el 17 de octubre el emperador Carlos intentará transformar a la vieja monarquía en una especie de federación de estados nacionales. Pero este último intento fracasará por dos motivos: en primer lugar porque la guerra ya estaba perdida y las nacionalidades abandonarán el barco que se esta hundiendo y en segundo lugar porque esta actuación del monarca aparecerá como un gesto de debilidad del mismo con el único fin de intentar salvar al Imperio de su desintegración.

Sólo dos días antes de el intento desesperado de Carlos para salvar la doble monarquía, el parlamento húngaro había proclamado la independencia total en relación a la parte austriaca, salvo en la persona del monarca, así, pues, sobre el papel, Carlos y Zita continuaban siendo los reyes de Hungría.

Octubre fue un año difícil para Carlos. Los diputados del área alemana de su imperio se manifestaron a favor de una unión con Alemania, tan sólo los socialcristianos se mostraban partidarios de mantener una monarquía constitucional. El 28 de octubre los checos y los eslovacos se unieron para proclamar la república de Checoslovaquia.

En medio de todos estos acontecimientos, Carlos que permanecía en el palacio de Schömbrunn, en las afueras de Viena, debe recibir a los representantes de la parte alemana de su imperio (los socialdemocratas), los cuales le piden, el 12 de noviembre, la abdicación. Al enterarse de esta petición fue cuando la emperatriz Zita pronunció sus famosas palabras sobre la imposibilidad de abdicar ("...un soberano no debe abdicar (...) Abdicar, NUNCA, NUNCA, NUNCA.....). Finalmente Carlos, con el apoyo de Zita, se negó a abdicar a pesar de que, según sus palabras, "me han amenazado con lanzar a las masas obreras sobre Schömbrunn si no renuncio a la corona... pero yo no abdicaré, ni huiré...", aunque si estuvo de acuerdo en firmar una declaración en la cual no abdicaba, sino que tan sólo renunciaba, momentaneamente, a las tareas de gobierno en la parte austriaca de su imperio; es decir, suspendió temporalmente sus prerrogativas regias, y, en palabras del propio emperador "...la suspensión no me priva de ninguno de mis derechos, porque no renuncio a ninguno". Tras estos acontecimientos abandonó Schömbrunn y se instaló a 2o km. de Viena, en Ekcartsau. Finalmente, para evitar el peligro de una guerra civil en sus territorios y un derramamiento de sangre, partió hacía el exilio con destino a Suiza (23 de marzo de 1919), contando con el apoyo del rey de Gran Bretaña (Jorge V) que quería evitar unos sucesos tan dramáticos como los ocurridos con la familia imperial rusa.
En su exilio en Suiza acabará instalándose cerca del Lago Leman, en Prangins. A la tristeza del exilio pronto se unirán los problemas económicos, ya que el gobierno austriaco expropiará los bienes de la corona y lo mismo harán Hungría y Checoslovaquia.
En el año 1920 se proclamará la república de Austria y en Hungría, tras un breve gobierno comunista, se consolidará la monarquía aunque como jefe de estado será elegido el almirante Nicolás Horthy, que se convertirá en el regente del pais, mientras su soberano permanece en el exilio. Durante el año 1921 Carlos, con el apoyo de algunos compatriotas y políticos húngaros, Carlos intentará recuperar el trono, aunque fracasará en ambos intentos. El motivo del fracaso será el contar con poco apoyo y las reticencias del regente a la vuelta de su soberano. Para muchos Horthy será considerado un traidor, aunque no hay que olvidar (junto a las ambiciones políticas del almirante regente) que las potencias aliadas vencedoras de la guerra amenazaron con una invasión de Hungria si Carlos recuperaba el trono.
Tras el segundo intento de recuperar el trono, el gobierno húngaro pidió a Carlos la abdicación, a lo que él se negó, alegando que en su coronación había jurado ante Dios defender la Corona húngara. Finalmente el parlamento húngaro destronó a los Habsburgo.


Carlos y Zita en su exilio de Suiza

Tras su segundo intento de recuperar el trono húngaro, no se permitió a Carlos volver a Suiza. Su nuevo destino sería la isla portuguesa de Madeira. Allí fallecerá, el uno de abril de 1922, de una bronquitis que degenerará en una doble neumonía. Sus últimas palabras serán para Zita: "te quiero mucho".
Las autoridades portuguesas brindarán a Zita la oportunidad de que el ejército luso le preste los honores militares correspondientes a un soberano, y Zita, profundamente agradecido, decidirá no aceptarlos, ya que no sería adecuado recibir muestras de respeto de un ejército extranjero sin que los ejércitos de sus reinos se lo prestaran.

Iglesia de Nuestra Señora del Monte, en Madeira

Sus restos descansan en la Iglesia de Nuestra Señora del Monte (Madeira), aunque su corazón, junto con el de la emperatriz Zita, reposan en la Abadía de Muni (Suiza), en la Capilla de Loreto.
En el año 1949 empezará la campaña para beatificar al monarca, y en 1959 será declarado "Venerable", como primer paso del proceso de beatificación. Finalmente el Papa Juan Pablo II, el 3 de octubre de 2004, lo declarará Beato de la Iglesia Católica Romana y destacará de su figura el saber anteponer su fe en la toma de decisiones políticas y el ser un buscador incansable de la paz, siendo un ejemplo a seguir por todos y, en especial, por aquellos que tienen responsabilidades políticas.

Como punto final podemos citar unas opiniones de destacados escritores:

Herbert Vivian dirá del emperador: "fue un gran líder, un auténtico príncipe de la paz, que quiso salvar al mundo en unos días de guerra, fue un estadista que pretendió salvar a todos sus pueblos, fue un soberano que amaba a sus pueblos, un hombre sin miedo, un alma noble y distinguida, un santo....."

El novelista Anatole France escribirá: "El emperador Carlos fue el único hombre lo suficientemente decente para salir de una guerra en una posición de liderazgo, pero al ser un santo nadie le escuchará. Quería sinceramente la paz y, debido a ello, el mundo entero lo despreció. Así se perdió una gran oportunidad para el mundo...."

El Papa Pío X, tras una audiencia con un joven Carlos, aún archiduque, dijo de él: "...yo bendigo al archiduque Carlos, que en un futuro será emperador de Austria y sabrá como ayudar a sus países y a sus pueblos siempre con honor, pero nadie se dará cuenta de ello hasta después de su muerte...."



El último adiós a Carlos