dissabte, 6 de novembre del 2010

EL CAMINO HACIA LA CREACIÓN DEL ESTADO MODERNO

Tras la Edad Media empezó la transformación del concepto de estado. En la época del rey Felipe II de España, los principes (al igual que pasaba con los antiguos principes medievales), no tenía una capital propiamente dicha, salvo en los casos de los microestados, aunque, de todas maneras, algunas ciudades como Londres, Paría, Valladolid (y luego Madrid), Cracovia o Moscú, constituían residencias privilegiadas de la corte. El principe iba de ciudad en ciudad, de castillo en castillo, y siempre en medio de un extraordinario despliegue de carrozas, carros, mulas, caballos, ...., ya que tenía que trasportar al personal, el mobiliario, los tapices, las cuadras, el guardarropa y los alimentos. Sin embargo, a comienzos del siglo XVI se planteó una fórmla con futuro al construirse una ciudad que serviría de capital en torno a un castillo principesco: en Vigevano, no lejos de Milán, Ludovico el Moro levantó un conjunto arquitectónico de planta radiocéntrica dominado por un castillo y una plaza cuyas perspectivas, construidas y acabadas según el orden clásico, ponían de relieve la voluntad de edificar, bajo la dirección de Leonardo y de Bramante, un marco que fuese digno del poder.


Plaza de Vigevano

La llegada del principe a una ciudad o a un castillo daba lugar a grandes manifestaciones, presididas por un escenario recargado de símbolos pintados o esculpidos colocados en estrados, arcos de triunfo o carros. A veces, desempeñaban el mismo papel los cuadros vivientes, como en Munich, en 1530, donde se representaron las desgracias de la guerra. El discurso de esta simbología a menudo parece ambivalente. Así, cuando Carlos V entro en Brujas o en Bolonia se festejó al visistante, su dignidad imperial y su vocación misional, al tiempo que se recordaba (en Bolonia) la superioridad del Papa y la necesidad de la unión par la reforma de la Iglesia, o se apelaba (en Brujas) a su protección contra los ciudadanos de Amberes.
La llegada del principe también era una ocasión de movilizar al pueblo y de impresionar favorablemente al visietante y a su cortejo. Así, se explica la importancia que se atribuía a la protección de los cuerpos constituidos, a las danzas locales o exóticas, a los combates simulados, a las naumaquías (en Francia o Italia), a los torneos y a los bailes. El conjunto podía quedar sazonado con distracciones más típicas, como las corridas de toros que presenció el joven Carlos de Gante en España o, a finales de siglo, los fuegos artificiales.

Felipe II de España

Espectáculo familiar durante mucho tiempo en los Países Bajos, pero implantado muy tardíamente en España, la entrada real se convertiría, más o menos en todas partes, en una ceremonia afectada para uso de los notables en la que el príncipe, abandonando su caballo, aparecería aislado en una magnífica carroza.
Muy pronto la corte tendió a fomentar este aislamiento, aunque el palacio del príncipe siguió siendo de fácil acceso. Detrás del suntuoso decorado de los tapices, de las preciosas telas, de los vestidos y aderezos rutilantes, y de las fiestas con bailes, festines y torneos, se escondía una rígida etiqueta, tal como la codificaría, en 1528, Baldassare Castiglione. Invariablemente, la jornada de los monarcas como un Francisco I o un Carlos IX comprendía la ceremonia del despertar, una misa, una comida de etiqueta, una visita a la reina, un paseo o una partida de caza por la tarde, dos audiencias y dos bailes nocturnos semanales, así como algunas horas de trabajo por las mañanas.
La corte venía a ser la misa mayor de la monarquía. El príncipe era su dios y su oficiante, y los grandes funcionarios eraan los acólitos. Versado en lenguas antiguas y modernas, hermoso, generoso, con discreción, elocuente, galante, entregado a la música como Enrique VIII de Inglaterra, al mecenazgo como Francisco I de Francia o a las actividades físicas, el soberano animaba el pequeño mundo cortesano rodeado de su familia, que la muerte reducía con facilidad, de sus confidentes y de sus amantes.

Enrique VIII de Inglaterra


La mujer, en efecto, desempeñaba un importante papel en aquella época. Podía figurar en el centgro de oscuras y sangrientas intrigas, como en la corte de Francisco de Médicis (1574-1587), en una atmósfera de amor y de muerte. Pero la principal figura femenina era la reina, a la que se exigían herederos varones -trágica obseción de Enrique VIII-, así como la asistencia a su esposo en sus funciones representativas, al tiempo que se erigia en centro de un brillante círculo de damas de honor y caballeros, a imagen de una Beatriz de Este. También podía convertirse en una reina madre que lo controlara todo, como Catalina de Médicis o la rapaz y rencorosa Luisa de Saboya. Hermana o pariente, en algunos casos se les confiaban funciones importantes, como a Margarita de Austria, María de Hungría y Margarita de Parma en los Países Bajos.
Las rivalidades de clanes, clientelas y linajes se manifestaban claramente con motivo de los cambios de orientación política, que se traducían en la renovación del personal que rodeaba al príncipe. En la corte de los primeros Tudor estas rivalidades tuvieron en muchos casos consecuencias mortales.



Beatriz de Este, condesa de Milán

divendres, 11 de juny del 2010

RUSIA Y SUS CATALINAS

La zarina Catalina I de todas las Rusias

Una joven Catalina II

¿Qué podemos contar de la zarina Catalina II que no sepamos?, practicamente nada, además en cualquier biografía podemos encontrar los datos relativos a una gran estadista. Pero de Catalina I, si buscamos en nuestra memoria ¿nos acordamos de ella?, seguramente no. Así que me limitaré a dar una breve pincelada de las Catalinas que dejaron huella en Rusia y de su entorno, para familiarizarnos con su figura. Pero lo que es innegable es que si bien un hombre puede ser excepcional, cuando una mujer es excepcional supera todos los límites y destaca con brillo propio, como ocurrió con Catalina I y Catalina II.
Para saber como llegó Catalina II al trono ruso, tenemos que buscar en los acontecimientos previos.



Catalina II con los atributos y emblemas imperiales

Deberemos remontarnos a la primera de las Catalinas, Catalina I, que fue criada en la ciudad de Mariemburgo, siendo sirvienta de un pastor luterano llamado Glück. Como era habitual en esas épocas, la ciudad fue tomada y Catalina devino una "concubina". Podríamos decir que Catalina uso sus dotes de seducción y uso como escalera de ascenso las camas de los comandantes rusos, hasta que logró llegar al lecho del mismísimo zar Pedro el Grande. Llego un momento en que el zar no pudo prescindir de Catalina, que competió su cama de campaña sin queja alguna, sabiendo como tranquilizarlo cuando las convulsiones se apoderaban de él y sabiendo animarlo cuando se sentía triste. Al final, el zar se casó con Catalina en el año 1712 y en el 1724 la coronó zarina. De este modo consiguió lo que ya había conseguido en su tiempo Teodora, la esposa de Justiniano I del Imperio Bizantino : ascender de prostituta a emperatriz.

Tras la muerte del zar, Catalina supo apartar del trono a los sucesores legítimos del zar y logró convertirse en la emperatriz reinante de Rusia. De este modo aseguró el trono a su hija Isabel, después de que su predecesora, la zarina Ana, lo dejara vacío. Isabel estaría implicada en la guerra de los Siete Años, y puso en más de un aprieto a Federico II de Prusia. La zarina Isabel nombró como heredero imperial al inepto nieto de Pedro el Grande, el futuro Pedro III. Pero para enmendar dicho error le buscó una mujer excepcional: Sofía de Anhalt-Zerbst, una princesa alemana de bajo rango, que sería la futura Catalina II. En medio de los caos de revueltas palaciegas y consagraciones, finalmente se acabó con la vida del poco brillante Pedro III y de este modo Sofía se convirtió en Catalina II, la zarina de todos los rusos (1762-1796), la Grande.


Catalina II en abrigo de paseo

Para fortalecer su precaria posición (Catalina II no era rusa de nacimiento), empleo sus mejores armas: su gran inteligencia y su gran poder de seducción. Catalina II se aseguró la lealtad de sus sucesivos ministros sacrificando su castidad en el altar de la política. En otras palabras, sus ministros fueron también sus amantes y viceversa. Entre sus favoritos estaba el príncipe Potemkin, famoso por crear los pueblos irreales, compuestos únicamente de fachadas, con los que lograba embaucar a la zarina.
Catalina II fue una monarca ilustrada que llegó a mantener correspondencia con Voltaire y con casi todos los filósofos de la ilustración. Desde el punto de vista político, continuó las reformas de Pedro el Grande: puso la jurisdicción sobre la servidumbre en manos de los jueces, arrebatándosela a los señores; suprimió la tortura y afianzó la tolerancia religiosa; sometió la Iglesia ortodoxa al Estado y fomentó la educación con la creación de escuelas y academias, aunque la Iglesia volvió a frenar su desarrollo; tampoco se olvido de la mujer, pues ella era mujer, y fundó escuelas para niñas: también creó hospitales, mejoró la sanidad y demostró la inocuidad de las vacunas, siendo la segunda rusa que se vacunó contra la viruela.

Si bien su favoritismo fortaleció los privilegios de la nobleza, la zarina continuó impulsando la política industrial de Pedro el Grande. Y entre tanta actividad aún encontraría tiempo para componer óperas, escribir poemas, dramas, cuentos, tratados y libros de memorias. También editó una revista satírica anónima, en la que colaboró regularmente, y escribió una historia de los emperadores romanos. Catalina II ha sido, sin duda alguna, una de las soberanas más excepcionales que jamás hayan subido a un trono.

Catalina II en su madurez

diumenge, 18 d’abril del 2010

UNA FECHA PARA RECORDAR


El año 1000. Incluso en nuestros días aún ha sobrevivido la leyenda del "terror del año mil", ya que mucha gente esperaba el fin del mundo debido a una lectura estricta de las sagradas escrituras. De todas maneras conviene no olvidar que en la época que culminó en esta fecha nos encontramos en un marco de disturbios políticos y sociales considerables. Al sur y al sureste, el antaño homogeneo mundo islámico se descompone en tres califatos: el abasí de Bagdad, el fatimí de El Cairo y el omeya de Córdoba. Los territorios musulmanes son incapaces de contener el avance cristiano en la península ibérica (a pesar de las victorias de Almanzor) y en el Mediterráneo oriental, donde los bizantinos reconquistan Creta y Chipre. Los otros dos conjuntos conjuntos que son herencia del Imperio Romano tendrán un destino diferente: En los confines de Europa y Asía el Imperio Bizantino elimina el Imperio Búlgaro instaurado dentro de sus fronteras (1001-1008), mientras extiende su influencia sobre los eslavos orientales, en particular sobro los de Kiev, cuyo principado se expandirá progresivamente hasta adquirir las dimensiones de la futura Rusia europea. Por su parte, y a causa del desmembramiento del Imperio Carolingio (que dejará el estado a merced del juego de ambiciones rivales entre aristocracias y monarquías), el Occidente cristiano se disocia en principados ya feudales sin que por ello desaparezca el proyecto de unidad. La realidad de este proyecto queda reafirmada a partir del año 962, con la restauración del Imperio Romano, llamado a partir de ahora "Sacro Imperio romano-germánico", a favor del rey de Germania Otón I, mientras se van afirmando los particularismos nacionales franceses, polacos y húngaros, mediante la coronación de Hugo I Capeto, la creación de arzobispado de Gniezno en el año 1000 y la entronización de Esteban I aquel mismo año respectivamente. De este modo, se van a configurar pueblos y estados con unos limites territoriales que, mil años más tarde, siguen siendo aproximadamente los mismos.

diumenge, 21 de febrer del 2010

REGINA DE HABSBURGO


Regina y Otto de Habsburgo

Este mes de febrero nos sorprendió con la muerte de Regina de Habsburgo, la esposa de Otto de Habsburgo, primogenito del emperador Carlos y de Zita.
Regina Elena Isabel Margarita de Sajonia-Meiningen nació el 6 de enero de 1925 en Würzburg, hija del duque Jorge III de Sajonia-Meiningen y de la condesa Maria Klara Genmant Korff Schmissing-Kerssenbrock. Fue la menor de cuatro hermanos. Su hermano mayor, Änton Ulrich, murió a los 20 años en una acción bélica durante la II Guerra Mundial, su otro hermano,Frederick Alfred, hizo votos e ingreso en la orden de los cartujos y su hermana María Isabel murió tres meses antes de nacer Regina. Su padre, el duque Jorge, fue hecho prisionero por los rusos, muriendo en un campo de prisioneros ruso en Chernopevetz en 1946.
Las dolorosas pérdidas de estos seres queridos y su vocación por el trabajo social, llevaron a Regina a oponerse a cualquier forma de totalitarismo y empezó a trabajar para Cáritas en Munich, cuidando a refugiados. De esta manera conoció al archiduque Otto, que en 1949, fue a visitar a los refugiados húngaros. Regina se comprometó con Otto al años siguiente de conocerse y en 1951 se casaron en la Église de les Cordeliers en Nancy (Francia), pues no hay que olvidar que la dinastía Habsburgo fue Habsburgo-Lorena tras María Teresa de Austria, contando con la bendición del Papa Pió XII.
Desde su matrimonio, Regina usó el nombre de "Regina, princesa heredera de Austria-Hungría" o, simplemente "Regina von Habsburg", y se instaló en Villa Austria, también conocida como Kaiserville (la Villa del emperador) en Pöcking (Baviera), cerca del lago Starnmberg, donde residió hasta su muerte.
El 2 de diciembre de 2005 sufrió una lesión cerebral y fue trasladada a un hospital en Nancy. El 22 de febrero de 2006 estaba lo suficientemente recuperada como para asistir y participar en el traslado de los restos mortales de su madre y de su hermano Anton Ulrich a la cripta de Holdburg (en Hildburghausen); también asistió al traslado de los restos de su padre, el duque Jorge, desde Rusia hasta la Cripta familiar en la primavera de 2007. En 2008 también asistió a la boda de su nieto.
Regina fue una enamorada de la idea de una Europa unida y ayudó a su marido en su carrera política, que lo llevó a ser miembro del Parlamento Europeo durante 20 años.
Entre los honores que recibió Regina durante su vida figuran el de Gran Señora de la Orden de Elisabeth o el de Protectora de la Orden de la Cruz Estrellada.
Finalmente, el corazón de Regina dejó de latir el 3 de febrero de 2010.

diumenge, 10 de gener del 2010

LA REVOLUCIÓN DE 1848 EN ITALIA: LA ESPERANZA DEFRAUDADA


Mapa de Italia y su proceso de reunificación

Uno de los nombres románticos que se le dió a la revolución de 1848 fue el de "la primavera de los pueblos", y esta "tumultuosa primavera" presentó, en Italia, una fisonomía peculiar. En primer lugar, a causa de la duración de los acontecimientos que estallaron en el verano de 1846 y no se extinguirían (último foco de toda Europa) hasta finales de agosto de 1849. Además, porque se mezclaban diveros hechos: reivindicaciones políticas propiamente italianas, a través de las cuales la burguesía liberal trataba de derribar a los regímenes absolutistas en beneficio propio; interferencia de la revolución francesa y, sobre todo, de la austríaca; agitaciones sociales surgidas en un ambiente de profunda depresión económica; y, por último, dos guerras de independencia contra Austria, que provocaron una crisis internacional.
Bajo la presión de los liberales, una oleada de reformismo institucional y jurídico atravesó la península italiana de julio de 1846 a octubre de 1847. Pio IX (el Papa de Roma) concedió una amnistía, libertad de prensa y una asamblea representativa (la Consulta), Leopoldo II en Florencia y Carlos Alberti I en Turín moderaron el absolutismo.
Se instauraron gobiernos insurreccionales en Parma, Módena y en Reggio Emilia, y Venecia se sublevó bajo la dirección de Daniele Manin. En Milán, después de la revuelta de las "cinque giornate", del 18 al 23 de marzo, las fuerzas austríacas de Radetzky hubieron de evacuar la capital lombarda. El 8 de febrero, la burguesia y la aristocracia liberales de Turín consiguieron de Carlos Alberto una constitución parlamentaria (llamada "el estatuto fundamental") el 4 de marzo, así como la adopción de la bandera tricolor italiana: verde, blanca y roja. Otros regímenes, inspirados en la Carta francesa de 1830, se intalaron en Florencia el 7 de febrero, en Náples el 5 de marzo y en Roma el 14 de marzo.



El Mariscal austríaco Joseph Radetzky


En medio de esta efervescencia se desarrolló la primera guera de independencia. Carlos Alberto se puso a la cabeza de la "riscosa" (redención) patriótica, rehusando la ayuda de la II República francesa y reservando exclusivamente a los italianos la tarea de la redención nacional: "L´Italia fará da sé" ("Italia lo hará por sí misma"). La campaña tuvo unos comienzos confusos. El rey de Cerdeña, soberano romántico y vacilante, perseguía a la vez el cumplimiento de lo que creía sus destino personal y la política tradicional de su dinastía de expansión territorial a expensas de Austria. Era al mismo tiempo jefe y rehén de la cruzada que encabezaba, que movilizaba a contingentes de todos los estados de la Península, dentro de la Liga nacional italiana. La ofensiva empezó el 29 de marzo y obtuvo diversos triunfos hasta principios de julio, a causa del debilitamiento de las fuerzas austríacas, ocupadas en la represión en Viena. Una serie de victorias (las de Goito, Valeggio, Monzambano y Pastrengo) condujeron a los italianos a la frontera de Venecia. Pero la coalición se resquebrajó rápidamente. Pio IX, aterrado por el movimiento revolucionario y antiaustríaco, evolucionó hacia una actitud conservadora y reaccionaria, que ya no abandonaría, y se declaró fuera del conflicto en virtud de su misión de pastor de la Iglesia universal. En Nápoles, Fernando II restó efectividad a la constitución y retiró sus tropas de Lombardía para aplastar duramente la rebelión de Sicilia. La Alemania liberal se mantenía indiferente a la independencia italiana, y en Paría, Lamartine se abstenía de cualquier intervención.
En abril, la misión inglesa que pretendía favorecer un reino de la Alta Italia separado de Austria, fracasó. Mientras llegaban refuerzos liberados por el reflujo de las revoluciones austríacas. Carlos Alberto logró sus últimas victorias, a finales de mayo, en Curtatone, Montanara y Goito.


Alphonse de Lamartine, ministro de Asuntos Exteriores de Francia


Pese a la oposición de federalista y republicanos, el reino Cerdeña-Piamonte se anexionó, por medio de un plebiscito, Lombardía y los ducados (29 de mayo) y Venecia (4 de junio y 3 de julio). Pero el general austríaco Radetzky reconquistó Venecia y derrotó a Carlos Alberto en Custozza (23 a 27 de julio). Los italianos retrocedieron hasta Milán, cuya población acusó al rey de Cerdeña de traición. El 9 de agosto el general Salasco firmó la paz con Austria.
Todavía se prolongaría un año más el movimiento nacional italiano, pero en medio de una creciente confusión. A partir del verano de 1848, la reacción recuperó el control de la situación en toda Europa, mientras que la península italiana, cuya economía y finanzas públicas atravesaban una crisis catastrófica, vivió, a contracorriente de los demás países, unas experiencias de democracia avanzada. Surgieron violentos movimientos debidos al descontento de las clases pobres, concienciadas por la propaganda socialista.
En Roma, Pio IX confió el poder al economista liberal Pellegrino Rossi, que fue asesinado el 15 de noviembre de 1848. A continuación nombró a un gabinete de izquierdas, pero acabó huyendo clandestinamente a Gaeta el 24 de noviembre para ponerse bajo la protección del rey de las Dos Sicilias. Se formó entonces un gobierno provisional, que convocó una asamblea constituyente: ésta proclamó la República romana el 5 de febrero de 1849.
En Florencia los demócratas tomaron el poder el 27 de octubre y reclamaron la unión a la asamblea constituyente romana. El gran duque abandonó Toscana el 27 de febrero de 1849, y el triunvirato formado por Montenelli, Guerrazzi y Mazzoni proclamó la República.
Entre tano, en el reino de Cerdeña-Piamonte se llevaba a cab o el aprendizaje de la monarquía parlamentaria en medio de violentas polémicas sobe la conducción de la guerrra y de exacerbados enfrentamientos políticos. Tres gobiernos se sucedieron entre mayo y diciembre de 1848. Saboya reclamó su anexión a Francia, y la antigua república de Génova, incorporada en 1815, se sublevó.
El 16 de diciembre, Carlos Alberto I llamó a Gioberti y a la izquierda; pero las elecciones del 22 de enero de 149, que acentuaron la preponderancia de los demócratas avanzados, desbordaron al gobierno. El 21 de febrero Gioberti dimitió y se retiró a París.



Batalla de Novara, donde las fuerzas austríacas derrotaron a las piamontesas

La extrema izquierda, arrastrada por Urbano Rattazzi, impulsaba la reanudación de la guerra. El rey, investido de plenos poderes, denunció el armistició el 14 de marzo. El ejército sardo, desmoralizado y desorganizado, fue aplastado por los austríacos el día 23, en Novara, alcabo de sólo seis días de campaña. Carlos Alberto abdicó esa misma noche, en el campo de batalla, a favor de su hijo Victor Manuel II y se retiró a Portugal, donde murió en Oporto el 28 de julio. El armisticio impuso al Piamonte una indemnización de setenta y cinco millones, saldada con la ocupación de la plaza ferte de Alessandria.
Acto seguido, la reacción se desencadenó en toda Italia. En Florencia el gran duque rehusó la colaboración con los moderados recurrió a los austríacos, quienes lo restablecieron en su trono el 25 de mayo. Durante la primera quincena de mayo fue aplastada la insurrección de Sicilia. En Roma el triunvirato Mazzini-Armellini-Saffi decidió acudir en defensa de los liberales de toda la Península, y Giuseppe Garibaldi organizó la defensa militar de la República, peo Luis Napoleón Bonaparte, presidente de la República francesa, envió un cuerpo expedicionario de treinta mil hombres para congraciarse con los católicos. Al cabo de un mes de asedio (del 4 de junio al 4 de julio) la Ciudad Eterna cayó y los patriotas se dispersaron. En Venecia, Manin se hizo fuerte y no capituló hsta el 26 de agosto.
Los franceses dejaron una guarnición en Roma, donde Pio IX no volvió a entrar hasta el 12 de abril de 1850. Los austríacos ocuparon de nuevo las legaciones pontificias y los ducados (Parma, Módena y Toscana). En todas partes, menos en Turín, se restauró la monarquía absoluta y los soberanos ejercieron una rigurosa represión, que provocó la partida de numerosos proscritos. Sólo Cerdeña-Piamonte conservó su constitución, y se constituyó en esperanza de los patriotas italianos.


Escudo del reino de Cerdeña-Piamonte